Con
la cabeza pegada a la almohada, pensaba en un plan para inmiscuirme sin llamar
mucho la atención, en las habitaciones de la mansión. La mejor opción sería
esperar a que Nathaniel saliera de la habitación unos minutos para poder
escabullirme en busca de cualquier objeto de curiosidad…
-
¿O
quizá debería utilizar la milenaria estrategia de “¿puedes decirme donde está
el baño?”?...-mascullé a modo de pregunta retórica para mí misma-.
El
gato se me quedó mirando con la barbilla apoyada en mi estómago. Por lo general
me pasaba las tardes metida en mi cuarto. Escuchando música, leyendo, viendo
alguna película… ero hoy hice una excepción. Oskfild era una de esas ciudades
que en un momento remoto de su historia, fue una ciudad muy pequeña, que a lo
largo de los haños fue creciendo en torno a su parte antigua. Por lo tanto el
cementerio de la ciudad estaba precisamente en una parte de casco histórico de
la ciudad, en el centro, no muy lejos de mi casa. Ya seria sobre las seis y
media de la tarde. Bajé corriendo las escaleras saltando desde el penúltimo
escalón, como siempre, y fui al salón a avisar a mis padres de que salía. Mi
padre estaba tumbado en un sofá, con la boca abierta y roncando mientras sujetaba
el mando de la televisión con la otra. En cambio mi madre permanecía recostada
en otro sofá con un libro de un grosor bastante importante, en las manos.
-
Mamá,
voy a salir un rato a dar una vuelta por el centro. No tardaré en volver.
-
Vale,
pero no vengas muy tarde eh?- me quedé mirándola. Mi madre estaba tan metida en
su lectura que ni si quiera oyó la segunda frase de las dos únicas que había
pronunciado-.
-
Nooo.-
solté desde la puerta-.
-
¿Llevas
dinero? No te olvides las llaves. -no despegaba los ojos del libro-
-
Siii
- me puse mi chaqueta y me fui-.
Empezaba
a correr una brisa un tanto fría por lo
que me subí la cremallera hasta arriba y eché a andar hasta el centro. Las
farolas se iban encendiendo poco a poco. Muy lentamente iban ganando fuerza como
si les costase. Ya serían las ocho. Entre unas cosas y otras me entretuve, y
para cuando llegué a la puerta del antiguo y silencioso cementerio, ya era
tarde. Me quedé ante la verja unos instantes. Mirándola. Contemplando cada
detalle oxidado del retorcido hierro. Iba a darle un suave empujón para abrirla
cuando sentí algo a mis espaldas.
-
No
ganarás más reputación en esta ciudad por asaltar tumbas, Raven –me dijo en
tono burlón la voz-.
-
No
voy a asaltar tumbas. Solo quería saludar a unos amigos que se morían por verme
– le seguí la corriente y ambos reímos estúpidamente-.
Nathaniel
se apartó de mi espalda y se colocó a mi lado. Puso una mano en la puerta.
-
No
vas a poder abrirla aunque empujaras con todas tus puertas. Este cementerio lleva
mucho tiempo cerrado ya. Se quedaron sin sitio e hicieron uno nuevo en las
afueras un poco mas retirado de la ciudad. No han trasladado las tumbas de aquí
porque el alcalde lo consideró que era un “monumento histórico”, pero está
cerrado con llave -separó la mano de la verja de hierro- Pero siempre podemos
saltarla - me miró sonriente. Yo también
me quedé unos instantes mirándole-.
-
No
descarto que algún día lo haga. Me resulta muy interesante. Aunque sea un cementerio,
es muy bonito. Las tumbas húmedas y enmohecidas por el paso del tiempo tienen
su encanto.
-
Ahora
mismo no te lo recomiendo la verdad. Está todo
lleno de hierba y hay muchos mosquitos que son molestos. Yo diría que la
mejor época para asaltar tumbas seria en otoño o invierno
-
Te
tomo la palabra.- le miré decidida-.
-
Deberíamos
irnos antes de que alguien nos vea merodeando por aquí. Y más con nuestras
pintas. Podrían hasta multarnos sin haber hecho nada – me cogió de la muñeca y
suavemente me sugirió que le siguiera. Estuvimos andando durante un tiempo. Ya había
anochecido y nos paramos en un parque cercano a nuestras casas. Fuimos a
sentarnos a unos columpios y allí nos quedamos hablando-.
-
Raven,
¿mañana querrías venir a mi casa?... Me refiero para el trabajo claramente…- se
quedó en silencio mirando al suelo esperando una respuesta-.
-
Claro,
¿a qué hora quieres que vaya?
-
Bueno,
mañana no voy a poder ir a clase porque tengo que hacer unas cosas con mi tío,
así que, si tus padres te lo permiten podrías venir a mi casa a comer – me quedé
sorprendida ante la invitación del chico, y este, al ver mi cara reaccionó- Si
tu quieres claro.
-
Si
si. Claro. Quizá podríamos hacer el trabajo sobre tu casa. Es una mansión
bastante antigua y segur que tiene una historia muy interesante.
-
Es
una muy buena idea. Podemos preguntarle a mi tío si necesitamos saber algo más
concreto.
-
Genial,
pues ¿después de clases voy a tu casa?
-
Si,
te estaré esperando. Deberíamos irnos, se hace tarde.
Ambos
nos fuimos de camino a nuestras casas. Durante el trayecto restante casi no
cruzamos palabra. No era demasiado tarde pero aún así las calles estaban
demasiado vacías para ser un día de entre semana. Al llegar a una esquina nos
despedimos. Me quedé observando cómo se alejaba por la calle y después me fui
casi corriendo hacia mi casa. Al llegar mi madre aún seguía leyendo, así que la
saludé y me subía mi habitación. Aun no era la hora de cenar y no quería
molestarla. Al otro lado del pasillo se oía a Max jugando a uno de sus
videojuegos y gritando al vacío cosas sin sentido. Jack no estaba en mi cuarto.
De vez en cuándo el minino vagabundeaba por los tejados de las casas contiguas
para luego volver a casa entrando por la cocina o por la puerta de atrás y,
como último recurso, en defecto de las anteriores, por la ventana de mi cuarto,
tirando los botes con lápices y bolígrafos que descansan sobre el escritorio. A
la hora de la cena le conté a mis padres la proposición de comida de Nathaniel
para el día siguiente. Tas una mirada rápida entre ambos, mi madre accedió con
la única condición de que un día viniese él a casa. Se lo estaban tomando
demasiado bien en mi opinión.
Aquella
noche estaba destemplada. La fría brisa que corría en la calle y que entraba
por la ventana me resultaba molesta aún estando tapada con la sábana hasta las
cejas. Últimamente siempre tenía el mismo sueño, y para mi desgracia ese día no
iba a ser una excepción. A la mañana siguiente mis ojeras hicieron presencia.
¿Por qué me atormentaba siempre el mismo sueño? Estaba empezando a desquiciarme
un poco. Fui al cuarto de baño y me lavé la cara. Volví a mi habitación a
vestirme, y tras completar todo el ritual bajé a desayunar.
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