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martes, 16 de octubre de 2012

Capítulo 4: Una Casa muy Interesante.


Me acerqué cuidadosamente a la imponente casa. La verja de hierro forjado se elevaba por encima de mi cabeza, y una imponente casa de ladrillo color grana sobresalía tras ella. Miré el jardín entre la penumbra y vi algo brillar.
-          Jack…?- un impulso me hizo llamarle, y entre las sombras de aquel jardín fantasmal mi gato negro de ojos esmeralda emergió entre la oscuridad.
Eufórica salté del suelo y abrí la verja rápidamente para coger al felino en mis brazos. Una vez que hube abrazado a Jack lo suficiente, me quedé admirando la enorme mansión. No se podía ver mucho debido a la poca luz que había, pero la casa era hipnotizarte.  Estuve parada delante de la casa un largo rato, cuando me pareció ver entre las oscuras cortinas de una de las ventanas de la casa una silueta. Una persona. Me quedé inmóvil unos momentos más intentando ver con claridad a la persona que me observaba fijamente desde el otro lado del cristal. Agudicé un poco más la vista y pude ver que era un chico el que estaba en la ventana, su pelo oscuro resaltaba un poco junto a las cortinas de color granate. Cuando  logré ver su rostro, el chico desapareció en la oscuridad de la ventana quedando ésta abierta y dejándome  a mi pasmada delante del jardín de aquella casa.
Cuando por fin mi mente volvió en sí, me aparté rápidamente de la verja de la casa cerrándola con un portazo tras de mí. Con Jack aún en los brazos recorrí corriendo el trayecto de vuelta a casa.
Con la mano aún temblorosa abrí la puerta de casa y dejé al gato en el suelo. Cerré la puerta y me senté en el suelo apoyando la cabeza en ella para recuperar el aliento. Max y mi madre ya habían llegado, detalle que mi madre amablemente me hizo notar plantándose delante de mi con el ceño fruncido y pidiendo explicaciones. Ignoré su demanda y sin hacer el menor caso a lo que me estaba diciendo, recordé la extraña casa.
-          Mamá, ¿sabes algo de la mansión  que está a la vuelta de la esquina de enfrente?- le lancé mientras me levantaba para quitarme la chaqueta. Mi madre se quedó callada durante unos segundos.
-          No. Pero que sea la última vez que sales corriendo de esa manera.
-          Siiiiiiiiiiiiiii…..-dije con tono monótono.
Me senté en el sofá enfrente de mi padre que estaba viendo la tele , me quité las zapatillas y me tumbé.
-          ¿As encontrado a Jack?- me preguntó mi padre mientras dejaba su cerveza en la mesita.
-          Ahhhh…si… se había colado en una casa muy extraña. Parecía una mansión oscura y enorme… ¿sabes tu algo de eso?
-          La verdad, hija, no estoy vigilando a Jack todo es día para ver donde se mete…- se acomodó en el sofá todavía más.
-          Sobre eso no. Sobre la casa- me dejé caer el brazo sobre los ojos en señal de agotamiento.
-          Ahhh… si, creo haberle oído mencionar algo de eso al de la inmobiliaria.- me quité el brazo de la cara y me incorporé para prestar atención a  las palabras de mi padre.- creo que dijo que esa casa está ahí desde hace muchos años y que casi nunca se ve a los propietarios, aunque la casa no está desocupada. El hijo de los propietarios vive en la casa junto con el servicio. Casi nadie se acerca a la casa y me recomendó que nosotros no lo hiciéramos tampoco.
-          Baya… esa es mucha información para un  “creo haber oído mencionar…”. Bueno gracias. – me levanté y me encaminé a las escaleras, cuando oí a mi madre desde la cocina.
-          ¡Raven, espera, la cena ya está lista!
-          Creo que no voy a cenar. No tengo hambre. He comistreado por ahí…-grité ya desde arriba.
Me dejé caer sobre la cama. Hoy había sido bastante agotador, la verdad. Eso de “el primer día” es un trabajo muy duro aunque no lo parezca. Había sido un día productivo. Las clases no habían estado del todo mal y el instituto no tenía aspecto de ser poca cosa. La gente me mira igual que siempre, pero eso ya casi me da igual, excepto “la chica de los garabatos” Miriam que se había mostrado bastante simpática, un detalle muy poco corriente en mi día a día. Por otro lado estaba el tema del imbécil de Rían, cuya sola presencia me daba nauseas que empeoraban con la presencia de las tres estúpidas chicas que revoloteaban a su alrededor como buitres. Todo esto dejó de importarme muy pronto cuando recordé la mansión grande y oscura de la esquina de la acera de enfrente. La sensación de estar frente a esa casa, en la penumbra era muy extraña. Una mezcla de miedo y admiración que me hizo fijarme en todos y cada uno de los detalles de la fachada y las ventanas. La fachada no se veía muy bien pero parecía de ladrillo oscuro y enmohecido. En cuanto a las ventanas, eran grandes  y rectangulares. Una de ellas estaba abierta, y las cortinas ondeaban por ella hacia el exterior. Una figura sobresalía de ella. Era un chico. Según mi padre ese debía ser el hijo de la familia que había heredado la casa. La curiosidad me llamó. Me levanté de la cama y me senté en el escritorio. Aún quedaban unas cuantas cajas por desempaquetar. Cogí mi portátil y busqué en la base de datos de Oskfild (es el nombre de la ciudad), y busqué la susodicha casa.
Me costó encontrar algo que me pudiera dar información sobre la casa, hasta que buscando entre las miles de páginas encontré una que explicaba un poco de su historia. Según el redactor, la casa había sido propiedad de la familia Rembrance durante décadas. Hasta hace pocos años, en ella habitaba el único miembro de esta familia procedente de Rumanía, aquí en Oskfild. La anciana y era viuda, por lo que tras la muerte de su marido, dejó su acomodada estancia en Rumanía, para mudarse a un lugar más tranquilo donde vivir sus últimos momentos de vida. Era una familia adinerada, por lo que la mudanza no supuso ningún problema. Nunca regreso a su país natal. La anciana dueña de la enorme casa murió hace 20 años y, después de que la Mansión pasara por varias transacciones, así como algunos otros poseedores, hoy pertenece de nuevo a la familia Rembrance, que regresó de Rumanía para reclamar la herencia.
-          Es una casa muy vieja… Puede que esta ciudad no sea tan aburrida después de todo…- apagué el portátil.
-           Me cambié de ropa y rebusqué en una de las cajas que todavía no había tenido la gentileza de desempaquetar. De ella saqué uno de mis numerosos libros. Me tumbé en la cama con la luz de la mesita encendida y leí hasta quedarme dormida.

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